16-12-04 - Fernando Ónega (La Voz de Galicia)
¿Y la querían a puerta cerrada. Querían que España se enterase en diferido de su dolor. Querían ese dolor bajo llave, como si los políticos tuviesen el monopolio del micrófono y las cámaras. Querían ocultarlo, bajo la disculpa vergonzante de protegerlo. Querían tratar esos sentimientos como un secreto de Estado. Miento: como su vergüenza. Por eso hoy, después de escuchar a esa madre, que lleva luto en la voz y en el alma, dan ganas de acudir al Congreso a pedir que salga el autor; que dé la cara quien tuvo la idea inicial de que las víctimas hablasen a puerta cerrada. Sólo la presión de las propias víctimas y el clamor de la radio consiguieron que se abriera la puerta y pudiéramos ver a Pilar. La mujer del rostro entristecido para siempre. La madre de un chico de 20 años que cayó en aquel tren en que viajábamos todos.
Leed, por favor, el documento que escribió. Es la mayor lección de ética política -también periodística- que se dio alguna vez en el Parlamento español. Habría que hacer una edición masiva y echarlo a la cara de todos los dirigentes que funcionan desde el egoísmo; de todos los periodistas que han o hemos ignorado el derecho a la intimidad de esa gente castigada; de todos los responsables públicos, pasados y presentes, que permitieron que hubiera heridos del atentado en lista de espera; de todos los representantes del pueblo que anteponen el interés partidista, es decir, el suyo, a los sentimientos de las gentes que llevan luto; de todos los que, cegados por el espectáculo, nos hemos entretenido con las vanidades del circo. A todos esos, a todos nosotros, iban dirigidos los dardos de las preguntas de Pilar Manjón: «¿De qué se reían? ¿A quién jaleaban?».
No lo sé, Pilar; Pilar madre de un asesinado; Pilar madre que tuvo que oír en la calle el día de Aznar aquella blasfemia: «Meteos a vuestros muertos por el culo». Sí lo sé: se jaleó al que mentía de forma más convincente, casi más profesional. Y al que hería mejor al adversario. Y al que lucía mejor arte para escabullirse. No se jaleó, desde luego, a quien intentó un ejercicio de honradez ni al que confesó -¿hubo alguno?- honestamente los fallos o que se administraron las rentas de la muerte de forma innoble.
La voz de esa madre dolorida y valiente, que tuvo el coraje de arrojar sus denuncias al rostro de los diputados, quedará como el colofón de una Comisión que alentó crispaciones, no descubrió verdades y reveló la parte más egoísta de la política. Hasta ahí han llegado. Si deciden continuar, no será porque se sientan útiles, supongo. Será porque no pueden aceptar que una mujer del pueblo les conmine a disolverse: «Exigimos una nueva Comisión sin partidos políticos, con personas libres».
Pilar Manjón: "Señorías, les decíamos al empezar esta comparecencia que habían realizado ustedes política de patio de colegio. No es una afirmación gratuita. Con la fuerza de estas convicciones, también venimos a reprocharles como diputados, y por tanto como representantes del pueblo -que no se les olvide- sus actitudes de aclamación, jaleos y vítores, durante el desarrollo de algunas de las comparecencias de esta comisión, como si de un partido de fútbol se tratara.
De lo que se está hablando, Señorías, es de la muerte y de las heridas de por vida padecidas por seres humanos, de pérdidas que nos han llenado de desolación y amargura en el mayor grado posible. ¿De qué se reían, Señorías, ¿qué jaleaban?, que vitoreaban en esta su comisión?"
16/12/04
La lección de una madre
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