15-12-2004 - Javier Pradera
El presidente del Gobierno demostró anteayer ante la comisión parlamentaria que el terrorismo islamista fue el único responsable del atentado del 11-M. La comparecencia de José Luis Rodríguez Zapatero sorprendió al Partido Popular -de nuevo- con la guardia baja: la hilaridad histriónica de su portavoz, Eduardo Zaplana, (la peligrosidad política de las comparaciones zoológicas aconseja renunciar a la imagen de la risa de las hienas) ocultó ese atribulado desconcierto tras un ridículo festival de muecas burlescas. Los hechos comprobados -establecidos por los autos publicados del juez instructor, los documentos policiales y los informes de los servicios de inteligencia- desmontan la oscura estrategia de manipulación informativa puesta en marcha por el Partido Popular y sus periodistas de cámara a fin de deslegitimar los resultados del 14-M, una vez fracasada la previa operación de engaño sobre la autoría del 11-M para desorientar a los votantes.
El presidente del Gobierno hubiese podido blindar cucamente su comparecencia -eludiendo así los presumibles ataques de los intoxicadores mediáticos del PP- mediante vagas alusiones a la posibilidad abstracta de que tal vez no sea totalmente descartable el afloramiento en un indefinido futuro de misteriosas conexiones entre los responsables ya identificados del atentado (suicidados en un piso de Leganés, dados a la fuga o procesados y encarcelados por la Audiencia Nacional) y otras organizaciones ajenas al terrorismo islamista, desde ETA hasta los servicios de inteligencia situados en desiertos (el Reino de Marruecos) y montañas (Francia), pasando por la policía, la Guardia Civil, un grupo de prensa y los socialistas. Sin embargo, Rodríguez Zapatero tuvo el valor político y el coraje cívico de exponer ante los comisionados y ante la opinión pública las únicas conclusiones que cabe extraer racionalmente de la investigación judicial y policíal -"la verdad de los hechos"- a los nueve meses de perpetración del atentado.
Seguramente, la intervención parlamentaria de Zapatero no impedirá al director de El Mundo (Pedro J. Ramírez deseaba la comparecencia en comisión de sus confidentes amaestrados), a los nuevos savonarolas de la radio de los obispos y al propio Aznar continuar sembrando insidiosamente la confusión en torno al 11-M para mejor acoplar el recorrido asesino de los trenes de la muerte al objetivo básico de producir el 14-M el "vuelco electoral" (Zaplana dixit) diseñado para desalojar del poder al PP. Cabe temer incluso que la enloquecida deriva de estos ladrones de tumbas indiferentes a los hechos pudiera llevarles mas allá de las puras fabulaciones: la burda falsificación franco-rusa de los Protocolos de los Sabios de Sión (los planes de los judíos para el dominio mundial) realizada en el cruce de los siglos XIX y XX no fue apadrinada sólo por los nazis sino también por Henry Ford y gentes bienpensantes.
La denuncia lanzada por el presidente del Gobierno contra la doble estrategia de engaño masivo preelectoral y de confusión estereofónica postelectoral puesta en marcha por el PP -primero desde el Gobierno y luego en la oposición- en torno a la imaginaria autoría islamista-etarra-francesa-marroquí-policial-periodística-socialista del 11-M parece indicar que el pecado original de esta sórdida historia cainita protagonizada por el ex presidente Aznar y su séquito partidista y mediático no es sino un compulsivo aferramiento al poder mas allá de los principios y valores democráticos.
Los esfuerzos de Zaplana para llevar las mínimas alteraciones -en sí mismas criticables- de la jornada de reflexión al centro del debate, ocupando el lugar de los fallos en la prevención y marginando la compasión hacia las víctimas, confirma esa patológica obsesión por la pérdida del Gobierno. Pero la sensibilidad ciudadana a la hora de detectar el engaño masivo del 11-M -instrumentado a través de un amplio conjunto de embustes, desinformaciones, ocultaciones, patrañas, sesgos y mentiras rampantes- fue el fruto de un doloroso aprendizaje previo sobre la capacidad del PP para no decir la verdad ni al Parlamento ni a la opinión pública: desde el naufragio del Prestige hasta la catástrofe del Yak-42, pasando por las armas de destrucción masiva en Irak; sin ese precedente hubiesen sido impensables las movilizaciones espontáneas de millares de personas -ajenas a consignas partidistas- ante las sedes del PP en la jornada de reflexión.
15/12/04
El pecado original
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