14-04-07 - Elconfidencial.com
Mientras Al Qaeda llena de sangre el norte de África y deja en su tarjeta de visita otra referencia a la liberación de Al-Andalus, al PSOE le ha dado por volver a determinar en qué momento exacto Ángel Acebes empezó a mentir sobre los atentados del 11-M. Después de tres años con la misma cantinela el juego cansa un poco, sobre todo porque las novedades en las que se apoya no son tales. A saber: ningún responsable policial de la época ha sacado en el juicio los colores al ex ministro sino que, muy al contrario, se han dedicado a tapar sus vergüenzas, que fueron muchas y variadas.
Se trata además de un ejercicio estéril porque los socialistas pueden mantener que el Gobierno de entonces sabía ya el día 11 que los atentados no eran obra de ETA, y el PP puede defender lo contrario, con independencia de que a primera hora de la tarde Acebes conociera que lo que había estallado en los trenes no era tytadine. Es incontestable que, en contra de lo que sostiene, el ex ministro calló detalles importantes de los que sí había sido informado: dijo que en una furgoneta se habían encontrado detonadores, en efecto, pero no explicó que la mayoría de ellos eran de cobre y, por tanto, no eran los habituales de ETA; ocultó además que la furgoneta no tenía dobladas las placas de matrícula, como acostumbraba la banda terrorista; y no dijo, por último, que en el vehículo también se había hallado el culote de un cartucho de dinamita con su marca impresa, Goma 2 Eco, que tampoco era la que venía utilizando ETA, por no mencionar que las cintas con versos del Corán no solían figurar entre las preferencias musicales de los etarras. Pero todo esto ya estaba suficientemente acreditado desde 2004.
Lo que ha ocurrido ahora es que, gracias al ex director de la Policía Agustín Díaz de Mera, ese señor de Ávila tan dotado para la fabulación, los socialistas han creído encontrar munición suficiente para recuperar la iniciativa política y, en vez de dejar que los populares se cocieran en el fuego lento de un juicio que está siendo demoledor para agujerólogos y conspiracionistas, han tratado de avivar la llama, con evidente peligro de que se les peguen las lentejas. Tan lamentable como que el PP utilice el terrorismo como un arma de oposición, es que el PSOE lo use como estrategia de Gobierno.
El verdadero escándalo que el juicio está desvelando no es el minuto exacto en el que a Acebes le creció la nariz sino la negligencia de unos cuerpos policiales que hubieran podido impedir los atentados sólo con haber actuado con profesionalidad, en virtud de la información de la que dispusieron. Lo repugnante es que algunos policías y guardias civiles que tuvieron como confidentes a colaboradores activos de los atentados o a otros que les alertaron del radicalismo de quienes luego participaron en ellos sigan en sus puestos como si tal cosa.
Clama al cielo que el superinspector Manolón, protector de Suárez Trashorras, conserve su placa, que los controladores de Zouhier, los que recibieron una muestra del explosivo que los asturianos vendían y lo tiraron a la basura sin hacer nada, sigan vistiendo el uniforme de guardia civil o que sigamos pagando la nómina a los sagaces agentes que le dijeron a su imán soplón, cuando éste les informó de que algunos islamistas hablaban de hacer aquí la guerra santa, que no se le ocurriera nunca más llamarles un viernes sabiendo que se iban de fin de semana.
Es un escarnio que una prueba fundamental de los atentados, como la cinta en árabe encontrada en la Renault Kangoo de Alcalá de Henares, tuviera que ser confiada a un argelino que hacía prácticas en la Policía Científica y que pasaba por allí, porque no había traductores o “debían de estar comiendo”, como dijo el ex comisario general de Información, Jesús de la Morena.
Nadie puede entender que los responsables de la mina de donde salieron los explosivos, que aún meses después de los atentados podían hallarse esparcidos por el monte al alcance de cualquiera, vayan a irse de rositas, o que no hayamos conocido ningún expediente a los guardias civiles que debían ejercer el control sobre el consumo real de dinamita.
En definitiva, lo que es una vergüenza es que ninguno de los miembros de aquella cúpula policial nombrada por el PP haya asumido responsabilidades, no ya por lo que pasó entre el 11 y el 14, sino por lo que dejaron de hacer antes del día 11, y que, además, sigan ufanándose de lo bien que actuaron.
Al PP, muy preocupado por el supuesto rearme de ETA, no se le conoce inquietud semejante por un nuevo ataque del terrorismo islamista. Y del Gobierno, tan transparente él, cabía esperar más información sobre el nivel de alerta en el que nos encontramos y si piensa compartir su preocupación y sus medidas con los grupos políticos. Las mentiras ya hicieron perder al PP unas elecciones. No se puede exprimir dos veces un mismo limón.
15/4/07
El juego de las mentiras (Juan Carlos Escudier)
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