Así se pierde el poder
A las nueve de la mañana del 11-M, Aznar había reunido en su despacho un gabinete de crisis compuesto por sus colaboradores más directos, entre ellos el ministro de Interior Ángel Acebes. A esa hora de vértigo existía la certeza unánime, avalada por la opinión de los altos mandos de la lucha antiterrorista, de que ETA era la responsable de la bárbara masacre.
Miguel Ángel Nieto (IBLNEWS.COM)
Un mes antes, de hecho, ETA había intentado volar sin éxito la madrileña estación de tren de Chamartín. Cualquier otra hipótesis sobre la autoría era poco menos que fantasiosa y exótica. A nadie le cabía la menor duda, por otra parte, que el escenario político era totalmente distinto, a tres días de unas elecciones generales en las que la derecha partía como clara favorita, si el atentado era o no obra de ETA.
Apenas tres horas después de iniciada esa reunión, Arnaldo Otegi, portavoz oficioso del separatismo vasco, protagonizó una aparición histórica antes las cámaras de televisión: condenó en euskera la matanza, algo insólito en la historia terrorista vasca; y en un alarde de cinismo y desmemoria dijo que nunca, en ningún escenario hipotético, ETA hubiera atentado contra obreros. Es decir, por primera vez se negaba la participación de ETA en una acción terrorista que le había sido atribuida y se señalaba como autora, por boca de Otegi, a la “resistencia árabe”.
El Gobierno optó por calificar de “miserables” a quienes ponían en duda la verdad “oficial” y por boca de Acebes, a la una de la tarde de ese jueves fatídico, el gobierno de Aznar aseguraba “no tener ninguna duda” de que había sido ETA. Y ello a pesar de que una semana antes el propio Acebes había dado por prácticamente desarticulada a la banda terrorista. En su comparecencia ante los medios, por si cabía alguna duda, Acebes introdujo un primer dato que enseguida se demostraría falso: el tipo de dinamita utilizado por los terroristas era el usado habitualmente por ETA.
A esa hora, a 30 kilómetros de Madrid, hacía 60 minutos que la policía había encontrado una furgoneta en cuyo interior había siete detonadores, medio cartucho de dinamita de la marca Goma 2 Eco ¬–que no es la que usa ETA¬– y una cassete con versículos del Corán. En el lugar de uno de los atentados también se había hallado una mochila que no llegó a estallar cargada también de Goma 2 Eco. En su interior, además, había un teléfono celular con tarjeta prepago y dos detonadores de cobre, material rara vez utilizado por ETA, que desde hace años usa detonadores de aluminio.
A última hora de la tarde de ese jueves, Acebes compareció de nuevo ante los medios para explicar que había dado orden a la policía de que no se descartara ninguna línea de investigación, aunque el gobierno seguía apostando por la certeza de la implicación de ETA. No mencionó la mochila, pero sí el hallazgo de la furgoneta con los detonadores y la cinta del Corán. Insistió en algo que no era verdad: el tipo de explosivo era el utilizado habitualmente por ETA.
Poco antes habían hablado por televisión el Rey y el presidente del Gobierno. En sus discursos institucionales mencionaron a los “terroristas”, pero ninguno pronunció la palabra ETA. Tal vez porque en Dubai un grupo islámico denominado Los Leones de Al-Mufridoon había ya reivindicado el atentado como una respuesta al apoyo de España en la guerra contra Irak y porque otro grupo islámico, en un correo electrónico dirigido a un diario londinense que se publica en árabe, felicitaba a los autores de la masacre por una operación a la que denominaban trenes muertos.
A juzgar por todos estos datos y por el análisis de un atentado que poco parecía tener que ver con el modus operandi de ETA, a última hora de la noche del 11-M era evidente que la masacre, 192 muertos en aquel momento y 1.400 heridos, tenía que ver con la actitud del gobierno en la guerra contra Irak. De hecho, la mayor parte de la prensa internacional tituló con ese mensaje sus primeras páginas.
Acebes volvió a comparecer al día siguiente por la tarde, el viernes 12 de marzo, a menos de 48 horas de la jornada electoral. Once millones de personas habían salido a las calles en todas las ciudades españolas para mostrar su indignación y su duelo y para preguntar al Gobierno “¿Quién ha sido?”, una de las consignas que más coreadas.
En su nueva aparición, Acebes aseguró que el modus operandi había sido el de ETA y explicó el hallazgo de la mochila, el celular y los explosivos de su interior. Dijo que el explosivo hallado era un tipo de Goma 2 marca Eco, de fabricación española, pero no dijo que la que utiliza ETA es de la marca Titadyne, de fabricación francesa. Acebes puso en duda la veracidad de los comunicados reivindicativos del día anterior en Londres y Dubai y afirmó que “ETA sigue siendo la principal línea de investigación”. El ministro tampoco aclaró la paradoja de que el tipo de explosivo hallado en la mochila fuera idéntico al encontrado el día anterior en la furgoneta en la que se halló la cassete que declamaba versos del Corán.
A esa hora, ETA había desmentido su participación en la masacre a través de dos llamadas telefónicas: una al diario Gara, donde habitualmente reivindica sus acciones, y otra a la televisión pública vasca, a la que un mes antes había hecho llegar un video proclamando la tregua en Cataluña. Quienes recibieron las llamadas aseguraron que la voz del comunicante era la misma del etarra que anunció la tregua en Cataluña. Pero el Gobierno tampoco dio credibilidad a esas comunicaciones.
El ministro tampoco dio crédito a expertos españoles de la luchan antiterrorista que discrepaban de la versión oficial ni a una información publicada esa tarde del viernes por la cadena noruega NRK. Agentes de inteligencia de ese país que investigan la pista de Bin Laden habían hecho pública la página 42 de un documento interceptado a Al Qaida en 2003 en el que podía leerse lo siguiente: “Debemos utilizar al máximo las elecciones. El Gobierno [español] podría resistir como máximo tres ataques”. El objetivo que manifiesta Al Qaida en dicho documento es que España, país al que consideran “eslabón débil” de la coalición, retire sus tropas de Irak. A continuación, explican, el resto de países seguirá su camino “como piezas de dominó”.
El sábado 13 de marzo todo se precipitó en España. La televisión pública aplicó a rajatabla la orden gubernamental de que nadie que no fuera miembro del Gobierno apareciera en pantalla en esa delicada víspera electoral. Portavoces gubernamentales llamaron personalmente a los corresponsales extranjeros acreditados en este país para pedirles que insistieran en sus crónicas en que había sido ETA la autora de la matanza. Sin duda, se trataba de un intento a la desesperada de administrar 24 horas más la realidad para evitar que la verdad influyera en el sentido del voto.
Pero no hubo forma de evitar que fuera pública la información sobre la detención de dos hindúes y tres marroquíes relacionados con el teléfono móvil hallado en la mochila de los explosivos. Además, a media tarde de ese sábado, un autodenominado portavoz militar de Al Qaida en Europa, Abu Dujan al Afgani, reivindicó los atentados a través de un video que trató de hacer llegar a la televisión autonómica madrileña y que finalmente recogió la policía. Era, según la transcripción, “la respuesta a la colaboración [española] con Bush en Irak y Afganistán”.
Es ministro Acebes escamoteó la existencia y el contenido de ese video hasta muy avanzada la madrugada del sábado al domingo, hasta que creyó estar seguro de que los españoles se habrían ido a la cama después de haberles programado en la televisión, sin previo aviso, Asesinato en febrero, una sobrecogedora película sobre el asesinato por ETA del parlamentario socialista Fernando Buesa.
Datos de que algo se estaba ocultando llegaron oficiosamente a través de Internet y de colegas periodistas que llamaban desde Tokio, Nueva York, Londres o Toronto. El rumor de la existencia de ese video reivindicativo que parecía incontestable comenzó endiabladamente a circular en los chats y en forma de mensajes cortos a través de los teléfonos móviles. A la memoria colectiva acudieron las imágenes del hundimiento del Prestige, que sorprendió de cacería a los ministros, los militares muertos en un avión ucraniano que volaba en lamentables condiciones, y las famosas armas de destrucción masiva que justificaron una guerra a la que nueve de cada diez españoles se habían opuesto firmemente.
Mediante mensajes a través de los celulares se convocaron manifestaciones en toda España ante las sedes del Partido Popular para exigir al Gobierno la verdad. “Sin partidos, en silencio, para exigir la verdad”, se decía en la cadena de mensajes.
Y fue entonces cuando el Partido Popular se hizo su harakiri. El candidato de la derecha a la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy, hizo una desesperada aparición en la televisión a las ocho de la tarde para denunciar las manifestaciones en plena jornada de reflexión. Su intervención, amplificada por una televisión pública manifiestamente intervenida, puso sobre la pista a millones de ciudadanos que no se habían percatado todavía de la existencia del video reivindicativo.
El domingo, cuando amaneció, la certeza de una nueva mentira estaba ya instalada en la jornada electoral. Y miles de ciudadanos que se acercaron a las urnas no lo hicieron para votar. Lo hicieron para vengarse.
1/6/04
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