20/2/05

La verdad caprichosa

20-02-05 - José H. Chela (www.canariasahora.com)

La estrategia del PP, tras los atentados del 11-M, a cuyo primer aniversario nos vamos acercando con inquietud disimulada, fue la de convencer a los ciudadanos de que el Gobierno estaba informando puntualmente al país, que trasmitía, con celeridad a la opinión pública todo lo que se iba averiguando al respecto y que no ocultaba dato alguno. Incluso después de que quedase claro el extremismo islámico que movía a quienes provocaron la terrible tragedia, el PP continuó manteniendo, urbi et orbe, que, en cualquier caso, la masacre perpetrada por los fanáticos terroristas no guardaba relación alguna con la participación de España en la invasión de Irak. Es más, los populares se mostraron muy contrariados con la disolución de la comisión parlamentara investigadora de aquellos sucesos, porque, según su criterio, quienes habían propiciado el fin de sus trabajos, lo único que pretendían era no llegar al fondo de la verdad.

La verdad es muy chunga, ciertamente, pero, sobre todo y ante todo, porque, tarde o temprano, sale a la luz y acaba descubriéndose.

Ahora se sabe que, pese a las proclamas de transparencia del Gobierno de Aznar y los gestos de sinceridad de Acebes en sus múltiples comparecencias por aquellas fechas, el Ministerio del Interior del anterior Ejecutivo, ocultó datos decisivos y que ofreció a la nación una traducción mutilada del video abandonado por los terroristas junto a la mezquita de la M-30. ¿El porqué de esa mutilación?... Muy sencillo: los autores de la sangrienta matanza explicaban, con pelos, señales y un lenguaje espeluznante que, en efecto, su acción era una represalia directa a la participación española en la guerra iraquí.

Después de que la traducción correcta y completa de la famosa cinta se encuentre en poder, como se encuentra, del juez Del Olmo, va a resultar un poco difícil que los dirigentes populares prosigan con su matraquilla acerca de la diafanidad de su conducta tras aquellos luctuosos acontecimientos.

La verdad, como les decía, es caprichosa y gusta de revelarse cuando menos se espera. Por eso, lo mejor, es no mentir. Y, si se miente, no andar por la vida presumiendo de que uno jamás ha sido un embustero. La mentira está muy fea, pero parece aún más censurable en gentes que defienden el cristianismo como un valor decisivo e irrenunciable para nuestra sociedad. Hay un mandamiento que prohíbe faltar a la verdad, aunque sea por omisión y por más que algunas almas débiles se hayan inventado conceptos paliativos para transformar el grave pecado en venial: la mentira piadosa, o la social, pongamos por caso.

Conviene, pues, no mentir. Ni presumir de una sinceridad o de una honradez de la que se carece. La verdad emerge súbita e inopinadamente para poner al personal en su sitio. En ese sentido –y ligo los asuntos sólo por cuestión de siglas- yo, de ser don José Manuel Soria, que ni Dios lo quiera, en vez de revolver judicialmente en el asunto de La Favorita, lo dejaría estar, no vaya a ser, que por esas extrañas circunstancias del destino, salte, de pronto, la verdad peluda y sea peor el remedio, el pleito y las apetencias de indemnización, que la enfermedad. O sea, que el soportar -¿por qué no con cristiana resignación?- las críticas y barruntos que caen sobre los personajes públicos, tan necesarios y saludables en una sociedad civilizada y democrática.



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