19/12/04

Los callejones del 11-M



19-12-04 - Florencio Domínguez (El Correo digital)

Aunque el callejón está totalmente aislado del bullicio exterior, tiene una vida propia cuyas raíces conectan, básica y fundamentalmente, con un mundo profundo del que guarda secretos muy antiguos». No es ésta la descripción del callejón de Avilés donde vive el ex minero asturiano Suárez Trashorras y donde ETA robó, el 2 de diciembre de 2002, un 'Renault 19' que fue utilizado al día siguiente como coche bomba en Santander. El pasaje de los secretos antiguos es el de Midaq, en El Cairo, descrito por Naguib Mahfuz en esa gran historia triste que es 'El Callejón de los Milagros'. En estos tiempos, sin embargo, hay muchos que han convertido el lugar donde se encuentra la casa de Trashorras en el comienzo de una red de callejones iniciáticos del 11-M con los que pretenden sostener la tesis de la existencia de vinculaciones entre ETA y el terrorismo islamista.

Hay que comenzar señalando que la idea de las relaciones entre los dos terrorismos es una tesis sobrevenida, que aparece a medida que nos alejamos del día del atentado y que se sustenta en un par de casualidades, en interpretaciones forzadas de algunos hechos y en el uso de un argumento diabólico: la exigencia de que el otro pruebe que no hay tales vínculos en lugar de que quienes sostienen la existencia de los lazos presenten pruebas de sus afirmaciones. Y conviene también dejar sentado que la tesis de las complicidades ETA-islamismo no tiene apoyo entre los responsables de los servicios policiales españoles que se ocupan de la investigación. Son ámbitos políticos o mediáticos los que defienden la idea por encima de las evidencias.

Se invoca como antecedente de las supuestas relaciones actuales la presencia de ETA en campos de entrenamiento de países árabes en los años setenta y a mediados de los ochenta. En efecto. Miembros de las dos ramas de ETA recibieron instrucción en actividades terroristas en Argelia, Líbano y Yemen. En Argelia, en 1976, fueron nada menos que 63 etarras los que asistieron a los tres cursos organizados por los militares del país magrebí que, de esa forma, pretendía hacer pagar a España el acuerdo con Marruecos y Mauritania para la cesión del Sáhara. Incluso, ocho años más tarde, Argelia volvió a entrenar etarras, según reveló Soares Gamboa tras entregarse voluntariamente a la Justicia española. El propio Soares y otros seis miembros de los comandos 'Madrid' y 'Nafarroa' permanecieron dos meses, de octubre a noviembre de 1984, en la base militar de Oargla recibiendo un entrenamiento intensivo.

Argelia, que practicó la impudicia de alimentar el pistolerismo etarra, tuvo que soportar en los años noventa el castigo de verse arrasada por un terrorismo islamista mucho más brutal y salvaje. A los aprendices de brujo del FLN y de los militares argelinos, la historia les devolvió con creces la barbarie que ellos habían sembrado en otro lugar.

Vino después, en diciembre de 1979, el entrenamiento de seis 'polimilis' en un campo palestino del sur de Líbano en el que permanecieron durante 45 días acogidos por Al Fatah. Entre febrero y marzo de 1980, doce miembros de ETA-militar fueron adiestrados en Yemen del Sur por el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). A principios de los ochenta hubo también contactos entre ETA y Libia que no llegaron a cuajar. El régimen del coronel Gadafi ofrecía ayuda a la banda terrorista, pero exigía contrapartidas que ésta no quiso dar, por lo que los contactos no se tradujeron en colaboración material, a diferencia de lo que ocurrió en la misma época con el IRA.

Todo lo anterior está constatado (aunque recientemente un antiguo representante de Al Fatah en España me cuestionaba la implicación de este grupo y atribuía la relación con ETA en Líbano a la rama 'Comando General', del FPLP, dirigida por Ahmed Jibril), pero considerar que esta colaboración es el antecedente de relaciones actuales es un salto en el vacío. Argelia, Libia o los diferentes grupos palestinos de los setenta y ochenta tenían en común su carácter revolucionario o nacionalista, pero en absoluto el islamismo. Eran laicos e, incluso, estaban enfrentados a grupos religiosos, como Hamás, impulsados por Israel para provocar división entre sus filas.

Pensar que aquellos episodios son la base de complicidades recientes tiene tanto fundamento como si se le atribuyera la responsabilidad a Elías Gallastegi, 'Gudari', líder de Aberri, la facción radical del PNV en los años veinte del siglo pasado, que en 1923 abogaba por hacer un pacto del nacionalismo vasco, catalán y gallego con los rebeldes rifeños de Abd el-Krim contra España, tal como relata José Luis de la Granja en 'El siglo de Euskadi' (Tecnos). Si se tiene en cuenta que 'Gudari' (un soldado que, a la vista de su comportamiento en la Guerra Civil de 1936, debió de hacer la mili en el mismo regimiento que Arquíloco de Paros, el poeta griego que arrojó el escudo ante los tracios y puso pies en polvorosa) es el abuelo de Irantzu y Lexuri Gallastegi Sodupe, miembros de los comandos 'Donosti' y 'Madrid', respectivamente, de Usune Gallastegi Sasieta, sentenciada por colaboración con el comando 'Vizcaya', y de Orkatz Gallastegi, condenado por violencia callejera, no faltará quien encuentre en esta familia el ADN de la relación ETA-islamismo.

Pero no hay que retroceder -ni fantasear- tanto. Hace una década que se publicaron las primeras informaciones sobre supuestos contactos entre ETA y el islamismo, entonces el iraní. La revista francesa 'Le Point', en su número 1.131 de 21 de mayo de 1994, publicó un breve en el que aseguraba que miembros de ETA se habían reunido en Sudán con los servicios secretos iraníes y que éstos les habían ofrecido ayuda logística y financiera. «Desconfiados, los vascos aceptaron proseguir las negociaciones, pero han hecho saber que eran hostiles a cualquier atentado islámico en España», escribía 'Le Point'. La revista 'Tiempo' siguió la estela de esa información en su número 633, de 20 de junio de 1994, hablando de supuestas reuniones entre ETA y los iraníes celebradas tanto en Jartun, la capital sudanesa, como en Larnaca (Chipre). Los servicios de inteligencia españoles atribuyeron entonces estas informaciones, que nunca pudieron ser confirmadas, a intoxicaciones procedentes de sus colegas de Estados Unidos, interesados en cambiar la política española hacia Irán.

Una de las alegaciones más reiteradas en favor de la colaboración ETA-islamistas en el 11-M es la coincidencia de fechas entre el traslado de explosivos de Asturias a Madrid y el transporte de una furgoneta-bomba de la banda terrorista vasca, interceptada en Cuenca el pasado 29 de febrero. Aunque las investigaciones de la Policía y la Guardia Civil han dejado clara la inexistencia de la menor relación entre una cosa y otra, los persuadidos se resisten a aceptar las explicaciones. No creen que sea fruto del azar que dos grupos terroristas coincidan en los preparativos de unos atentados cuya comisión iba a tener lugar con casi dos semanas de diferencia. Pero bastaría echar un vistazo a la historia pasada para ver que eso mismo ha ocurrido muchas veces sin que ello implique lazos de ningún tipo. El 25 de mayo de 1979, por ejemplo, ETA asesinaba en Madrid al teniente general Luis Gómez Ortigüela y a otros tres militares, mientras los GRAPO mataban el mismo día a dos inspectores en Sevilla. Unas horas más tarde, también en la capital española, los GRAPO asesinaban a ocho personas con una bomba en la cafetería 'California'. A nadie se le ocurre sostener que ambas bandas mantuvieran vínculos de complicidad o coordinación por el hecho de matar el mismo día o en la misma ciudad.

Y así llegamos al callejón del suministrador de los explosivos a los islamistas del 11-M, Suárez Trashorras, donde algunos quieren ver profundos secretos por el robo del 'Renault 19' realizado por el 'comando Egoitz eta Hodei' para atentar en Santander. No hay forma de que admitan que sólo el azar llevó a los dos etarras hasta aquella calle de Avilés, un azar similar al que, el 7 de junio de 1985, llevó a los miembros del 'comando Mendaur' de ETA a intentar robar un coche en las cercanías del estadio del Sadar, en Pamplona, donde su propietario, Diego Torrente, lo estaba limpiando. Los terroristas desconocían que el dueño del coche era un agente de policía, quien, al verse encañonado con una pistola, temió por su vida y trató de defenderse forcejeando con los asaltantes, que lo asesinaron sin compasión, pero sin saber que mataban a un miembro de las fuerzas de seguridad.

La historia del terrorismo, como la vida en general, registra numerosos hechos casuales y en torno a ellos no se pueden construir callejones sin salida que confunden a muchos ciudadanos. Las teorías conspiratorias y la negación de la evidencia quedan bien en series de televisión como 'Expediente X' o sirven, incluso, para vender millones de libros como los que no admiten que el Pentágono fuera atacado el 11 de septiembre. Pero en la España que trata de recuperarse del drama del 11-M están dañando la convivencia democrática y suscitan tensiones innecesarias.

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