16-10-06 - Enrique Gil Calvo (EL PAÍS)
El fraudulento montaje mediático que ha urdido desde hace dos años la derecha radical para minar la credibilidad del sumario del 11-M, y que la sociedad civil española está soportando impávida sin vergüenza ni oposición, ha entrado en una nueva fase, quizá decisiva, tras la intervención del juez Baltasar Garzón. Me refiero, claro está, a su denuncia jurídica de la trama del ácido bórico: la falsificación documental de unos absurdos informes periciales que vincularían a los asesinos islamistas del 11-M con los terroristas vascos. Pero Garzón no se ha limitado a revelar el fraude, sino que se ha atrevido a señalar con el dedo a sus patrocinadores y responsables últimos: la banda de mercenarios mediáticos, antaño motejada de sindicato del crimen, que le hace el trabajo sucio a la fracción extremista del Partido Popular.
"¡Otra garzonada!", exclaman con ira los estafadores, acostumbrados desde hace 15 años a que sus constantes fechorías informativas salgan adelante con total impunidad, pero que aún se duelen de cómo Garzón logró desactivar la trama fraudulenta que montaron hace casi dos lustros con el caso Liaño. Pues bien, con el caso ácido bórico podría pasar esta vez otro tanto y aún más, pues el Garzón con el que hoy se han topado es incomparablemente más poderoso y experimentado que el de entonces, reforzado como está por su éxito a escala internacional con el caso Pinochet, que le enfrentó a su defensor el fiscal Fungairiño, y por su éxito a escala española con el caso de la trama civil de ETA, que ha obligado a esta banda terrorista a iniciar el sendero de su autodisolución. Hoy Garzón es mucho más Garzón.
Pero resabiado por sus precedentes de impunidad, ahora el sindicato del crimen ha reaccionado a la denuncia de Garzón escenificando una vez más el mismo viejo truco de devolver el golpe volviendo el caso del revés por pasiva, a sabiendas de que la mejor defensa es un buen ataque. Para eso basta con redefinir el caso falsificando la realidad para invertir la carga de la prueba y pasar de acusado cogido en falso a acusador justiciero, en tanto que presunta víctima inocente cargada de razón. Por eso intentan convertir el caso ácido bórico en el caso Garzón, acusando al juez de prevaricar y de prostituir a la justicia al servicio de intereses políticos, que es justo lo que ellos intentan hacer no sólo desde hace dos años, con el caso 11-M, sino desde hace 15 años, cuando se inició la pinza mediática entre el PP de Aznar y el sindicato del crimen. Cree el ladrón que todos son de su condición. ¿O es que acaso lo dicen porque saben con quién se las entienden, dada su pasada participación en el caso GAL, cuando el sumario instruido por el juez Garzón y aireado por El Mundo inició el principio del fin de la era González? ¿Estamos ante una reedición de aquella campaña de acoso y derribo del felipismo, en la que todo vale con tal de destruir la confianza en el gobernante, esta vez dirigida contra Zapatero?
No lo parece, pues hay dos grandes diferencias entre los escándalos de los noventa y la experiencia actual. La primera es que los hechos denunciados en los casos GAL y Filesa eran ciertos, y por eso los electores expulsaron a González del poder que se resistía a abandonar, mientras que ahora las acusaciones del sindicato del crimen en la trama del ácido bórico y en el sumario del 11-M son absolutamente falsas. La segunda diferencia, debida a lo anterior, es que en esta ocasión el juez Garzón, que parece ahora como entonces fiel servidor de la verdad, no está con ellos, sino que se enfrenta abiertamente en su contra. El problema es que aunque no cuenten con Garzón, a cambio cuentan con la mayoría del Consejo del Poder Judicial, una mayoría que sí parece bien dispuesta a prevaricar y prostituirse, poniendo la máquina de la justicia que controlan al servicio de su partidismo político, con la connivencia de una derecha social siempre dispuesta a aplaudir los fraudes jurídicos dictados a su favor. Una tarea ésta, la de luchar contra el injusto sectarismo de la derecha mediática y judicial, a la medida de la ambición de un juez como Baltasar Garzón.
16/10/06
Garzón (Enrique Gil Calvo)
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