03-05-04 - Olga Salido Cortés
Hace tiempo que existe un cierto consenso entre los científicos sociales sobre el escaso efecto que las campañas electorales tienen sobre la orientación final del voto. Pero a juzgar por los esfuerzos dedicados al diseño y puesta en escena de sus campañas, no parece que ni los partidos ni sus maquinarias electorales otorguen mucho crédito a tales argumentos. De la pasada campaña se ha dicho que era una campaña de perfil bajo; o, al menos, esa parecía ser la intención de los estrategas del PP. El que dicha campaña se viera abruptamente interrumpida el día 11 de marzo por los atentados de Madrid podría llevarnos a pensar que el resultado electoral se debió exclusivamente a tales desgraciados sucesos, dejando a la campaña electoral fuera del escenario o, como mucho, en un papel meramente secundario. Sin embargo, las elecciones generales celebradas en nuestro país hace ahora poco más de un mes suponen un magnífico ejemplo de elecciones de cambio, en las que se han producido procesos de gran interés desde el punto de vista del estudio de la opinión pública que no pueden ser entendidos dejando al margen lo que ocurrió en aquellos "tres días de marzo", pero tampoco obviando lo que había ocurrido con anterioridad. Aquellos tres días llovió, y mucho, pero lo hizo sobre mojado.
Aunque a medida que avanzaba la campaña los sondeos iban mostrando una modulación de las tendencias de voto, nada parecía anticipar el resultado que finalmente arrojarían las urnas el 14-M. Esta falta de anticipación de los resultados, unida al carácter excepcional del clima político en que se desenvolvieron los comicios, ha alimentado si cabe con mayor fuerza el ya clásico debate pos-electoral sobre los errores de los pronósticos electorales. Pero a tenor de lo leído y oído en diversos medios nacionales e internacionales, el principal problema esta vez no habría estado en la incapacidad predictiva de las encuestas, sino en la falta de firmeza de una ciudadanía que, víctima de un estado de shock colectivo provocado por los atentados, habría sucumbido a ciertas manipulaciones informativas interesadas, cediendo, a la postre, al chantaje del terrorismo (internacional).
No son sin duda novedosas las voces que claman en pos de la incapacidad del pueblo para tomar decisiones por sí mismo, sin la adecuada guía y dirección. Grandes teóricos de la opinión pública de épocas pasadas y ubicuos pequeños usurpadores de la responsabilidad pública de todo tiempo han ensayado diversas variantes de este argumento. La peculiaridad viene dada porque, quizá por la envergadura del atentado, quizá por la sensación de vuelco electoral que los resultados del 14-M produjeron, la ligazón entre el voto y los fines terroristas parece haber estado en esta ocasión más presentes que nunca. Aunque éste es sin duda un tema que merece una atención aparte, vaya por delante que no parece una buena práctica (ni intelectual ni democrática) confundir las viles razones de los verdugos con los motivos legítimos de sus víctimas. Seguramente nada habría sido lo mismo si el terrible atentado del 11-M no hubiera ocurrido, pero ésta parece razón insuficiente para afirmar, ni siquiera insinuar, que quienes votaron el 14-M a otra opción distinta de la del entonces partido en el Gobierno fueran colaboradores de facto de los fines terroristas...
La campaña del PP pretendía, por una parte, dibujar en positivo las cualidades de Rajoy en tanto que candidato del PP, al tiempo que trataba de trazar un perfil negativo de Zapatero como un líder carente de las cualidades que se le presuponían al tándem Rajoy-PP: experiencia de gobierno, autoridad, firmeza, claridad de criterio... Los logros, fundamentalmente económicos, reducían el campo de la política a la lucha contra el terrorismo y la firmeza frente a cualquier posibilidad de cambio en el marco jurídico-institucional de la España de las autonomías. No había lugar aquí para las propuestas de regeneración democrática -masivamente incumplidas- que ayudaron en parte a Aznar a llegar a La Moncloa en 1996. Tampoco la había para los que se venían mostrando de manera cada vez más patente como puntos débiles de la gestión del PP (subida espectacular del precio de la vivienda, precarización del empleo, inseguridad ciudadana, déficit en la calidad de los servicios públicos, principalmente la sanidad y la educación), cuya percepción se intentaba no obstante compensar con ofertas electorales dirigidas fundamentalmente a las clases medias.
Pero el tema tabú, aquel para el que no se dejaba resquicio alguno, era el tema de la guerra. Para los estrategas del PP quedaba ya muy atrás, presumiblemente amortizado con el inesperado resultado que este partido obtuvo en los comicios municipales de mayo de 2003 y, en cualquier caso, adormecido gracias al discurrir del tiempo y de la propaganda oficial, que no sólo daba el conflicto por zanjado, sino que, cuando hacía aparición inopinadamente a través de daños colaterales que afectaban a intereses españoles, se transmutaba en una especie de "causa nacional" contra el terrorismo internacional. El protagonismo de Aznar en esta "cruzada" particular invitaba en cualquier caso a pensar que los daños a la imagen del PP, de producirse, serían absorbidos por la figura del presidente saliente.
Diseñada en estos términos, la campaña del PP ofrecía dos puntos flacos: que el líder de la oposición encajara mal en la tosca caricatura creada por los estrategas del PP, obligando a su candidato a salir a escena y "retratarse"; y que se diese una situación en la que la economía quedase en un lugar secundario frente a la política. Ambas cosas ocurrieron, la primera, antes del 11-M, la segunda, después.
El 11-M hizo que la campaña se diera por terminada de manera abrupta; sólo quedaba cerrar filas en torno al Gobierno para hacer frente al horror que asolaba el país. El mensaje del Gobierno fue claro y rotundo en aquellos momentos: se trataba de la banda terrorista ETA y quienes lo negaban estaban simplemente intentando intoxicar a la opinión pública. El pueblo español, al que ETA había atacado por el hecho mismo de serlo, debía permanecer unido en torno a la Constitución y no ceder al chantaje del terrorismo. El Gobierno de la nación concedía así un contenido político fuerte al mensaje del horror, la ruptura de la unidad de España, erigiéndose en su pretendido único defensor.
Pero pronto la autoría de Al Qaeda comenzó a abrirse paso como una posibilidad. Mientras los medios españoles se dividían entre quienes apuntaban esta opción como hipótesis y quienes denunciaban "una campaña de intoxicación" interesada, los miembros del Gobierno se afanaban en elaborar la hipótesis de ETA (telegrama a las embajadas advirtiendo de la posibilidad de intoxicaciones interesadas, llamadas a los directores de los principales periódicos...). Mientras, en la calle, la solidaridad con las víctimas ("en ese tren íbamos todos") se mezclaba con la indignación contra el Gobierno por su confusa política informativa ("quién ha sido"). Los gritos contra la guerra comenzaron a escucharse también entre aquella multitud consternada. La política comenzaba a pasar a primer plano.
Lo que sucedió durante la jornada de reflexión no contribuyó sino a dar una mayor sensación de irrealidad a todo lo que venía aconteciendo. La entrevista del candidato del PP en El Mundo afirmando con rotundidad su "convicción moral" de que había sido ETA, la sucesión de comparecencias del ministro del Interior reforzando la misma hipótesis al tiempo que iba dejando conocer nuevos indicios que apuntaban justamente en la dirección contraria, las concentraciones ante las sedes del PP de ciudadanos que "antes de votar quería la verdad"... La comparecencia final de Acebes, ya en la madrugada del día 14, informando de la aparición en una papelera de una cinta de vídeo en la que se reivindicaba el atentado por un grupo integrista, fue el acto final. Por primera vez no se insistió en que la principal línea de investigación fuera ETA. Sólo quedaba esperar a la votación, al día siguiente, para saber qué iba a ocurrir. Todo era posible.
El PP tenía una factura pendiente y la hubiera pagado tarde o temprano, pero la crisis provocada por el 11-M y su pésima gestión por parte del Gobierno la llevaron a primer plano. Desde el Gobierno se había pedido votar contra el terrorismo y los ciudadanos así lo hicieron, depositando su confianza en quien aparecía con mejores cualidades para afrontar la nueva situación de incertidumbre. Porque el diálogo, la capacidad de escuchar y ponerse en el lugar de otro, el respeto al que es diferente, a las opiniones de los demás, constituyen cualidades políticas de primer orden en los tiempos que corren. No es la economía, estúpido..., ¡es la política! De nuevo, la Política, y esta vez con mayúsculas.
6/1/05
De nuevo, la Política
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1 comentario:
Maravillo post, Olga
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